martes, 28 de julio de 2009

Vigilancia



Cuatrocientas ochenta y cinco veces fueron las que Jorge miró a María. Al principio Jorge parecía controlarse, pero luego se le iba la mirada; se revelaba a su cuerpo: concentrado en María (en un punto específico de ella), callado, ausente. Es así: no había nadie más que ellos dos, al menos para Jorge lo era. No se despegaba de la ventana. Por el otro lado, específicamente en la calle, María caminaba; llevaba una bolsa de tomates podridos. Algún animal caerá en su cuento. Jorge la sigue mirando. Ahora no sabe a qué otro punto mirar: pasea por su rostro y no se detiene, acecha su cuello y tampoco lo hace; no encuentra objetivo. La sigue mirando. María supervisa el semáforo, está en rojo, sigue adelante. El olor de los tomates es insoportable, atrae un par de moscas. María ha terminado de cruzar la calle. Jorge la sigue mirando y empaña un poco el cristal, limpia el área de visión. María recuerda algo y de pronto se detiene. ¿Olvidó comprar algo? Jorge toma un sorbo de limonada cerrando sus párpados; es una especie de descanso ocular o acaso una extraña costumbre, los vuelve a abrir. La verdad que lo que pasa en esta escena se me hace muy extraño. María está preocupada, da media vuelta y avanza. Jorge ha apagado su teléfono móvil sin descuidar su tarea. Él por fin ha adivinado cuál botón es para apagar; colocó su índice en el lugar correcto, sin trampas. María repasa sus huellas, resumiéndolas, a una sola línea. Luego de diez metros se para frente a una fachada de cerámico color beige que lleva una puerta. Exactamente al medio, es perfecto aquello. De allí sale un hombre elegante y a la moda. Obviamente está enterado de las últimas tendencias de ésta estación. Es invierno, sólo invierno. María intenta inclinarse hacia el hombre para saludarlo cariñosamente. Él se hace a un lado. Ella se disculpa y dice que el olor es a causa de los tomates que están podridos. Por supuesto, Jorge sigue observando toda la escena. Luego de disculparse, María deja en el suelo la bolsa; ésta vez está libre y dispuesta a acariciarle el pelo al hombre misterioso y lo hace. No se me viene a la mente de quién pueda ser ese hombre. Él responde con un guiño y añade un susurro al oído de María. Ella ríe y salta, no sabe qué decir. Jorge coge su teléfono móvil y lo enciende. Al minuto recibe una llamada, es su novia; detiene sus acciones para hablarle. Mientras tanto María nuevamente recuerda algo de repente. Recoge la bolsa de tomates, se despide rápidamente y corre por donde vino. Jorge levanta la voz, se enfureció con su novia, la insulta; se arrepiente de haberle contestado. María toca otra puerta. De allí se asoma un hombre muy distinto al anterior: no anda a la moda, es viejo y lleva una gran barba. Se asegura de que algún conocido o curioso no vea a María y la hace pasar. María desaparece. Jorge grita adiós y estrella el móvil contra el primer mueble que ve.

lunes, 13 de julio de 2009

Somos extraños, pero somos algo


Cubiertos
de un amable malestar.
Hartos del paso de nuestros momentos
y felices, a la vez
de todos ellos. De toda oscilación suicida.

Agua y aceite (rara conjunción)
que por primera vez juntos
no dejaron al aire pasar
y murieron
encontrando a ciegas, sus perdidos reflejos.

Reconocible sonrisa,
suave caricia
todo lo veo, todo lo vivo
a veces deprisa,
a veces muy despacio, y lo creo.

Denominadores de un solo factor,
por debajo de las rosas
de los hombres, de las mujeres
casi inertes, pero muchos más libres que en Abril.