sábado, 9 de octubre de 2010

Las 6 (aproximadamente)


Tú haz sentido latir mi corazón rápidamente, en el momento cumbre de nuestra unión. Allí me quedo, quieto, ido y sin dejar de recordar ése último segundo en el que te olvidabas de todo pudor y conciencia, de toda ley física, de todo y de la nada; y me sumergías en un intervalo cargado de emociones y sensaciones, con el Puño temblando y queriendo saltar fuera de mi cuerpo para que lo cogieras con habilidad, como tú, y sólo tú sabes. En ese momento mis palabras son invisibles, hablan mis ojos que logran atrapar a los tuyos, no tienes escapatoria, suspiro una vez más y manifiesto mi sentir con una caricia en tus mejillas exactamente en la parte más suave, y dibujo una curva, y es perfecta, y es tuya. Todavía no recupero mis capacidades, ante cualquier emergencia ya habríamos muerto, juntos, uno abrazando al otro, y anexados como si se tratara de un solo cuerpo, de una sola eternidad, me parece genial. Sigo exteriorizándome de la realidad y tú sigues presente, cómoda y con una sonrisa en los labios. Parece que estuviéramos flotando en medio de un océano en el que alcanzaríamos a ver el horizonte, esa línea cruel y exigente, si volteáramos la cabeza a cualquier parte; no hay nadie: es hermoso, no hay nadie: como ahora, no hay nadie: como queríamos, no hay nadie: como siempre, nadie interrumpe, porque un hecho tan valiente no se debe romper. Entonces confirmamos una vez más que el amor actúa como escudo ante las pausas.

domingo, 1 de agosto de 2010

Vivo, en otros tiempos


Rara vez doblo mi ropa limpia. Ahora lo hago calmadamente y por colores: primero lo hago con los colores oscuros y enteros; luego con las camisas, todas de cuadros, así me gustan, le dan simetría a mi cuerpo asimétrico, incomprensible. Luego doblo los pantalones, en tres, justo la misma cantidad de castigados histórico-religioso que he visto de pequeño en las películas. Yo, bajo éste estado, sería el torturado número cuatro, probablemente mi crimen sería el de matar. Las piedras me llenan de polvo las manos y no tengo tanta fuerza como para lograr dañar a un cuerpo, no sé usar las cuerdas y las armas aún no llegan, por lo que elijo un cuchillo como herramienta para ejecutar. Confesando, imito a un villano inteligente, el de mi admiración y digo “En los últimos momentos la gente muestra quién es en realidad”, nadie me entiende, todos me miran extrañados y elijen golpearme como única salida, sigo imitándolo, río a carcajadas como si me hubieran contado un buen chiste y ellos me siguen golpeando, son algo de cinco o seis, no lo sé. Pero sé que así no soy yo. No resisto tanto, ni tengo esa crudeza para hablar y actuar y, por sobre todo, no llevo puesta una camisa de cuadros.