sábado, 13 de junio de 2009

Nada, nada...


Le gustó mi idea. No se detuvo tanto tiempo para pensarlo y me acompañó por unas horas. Practicamos reír de cualquier cosa y en cualquier instante previamente establecido como lo decía el guión. Primero yo no me acordaba lo que tenía que decir para provocar una risa suya. Trataba de improvisar pero eso idiotizaba más mi personaje. Luego por accidente pateé su rodilla izquierda, entonces cayó y lloró. Suspiró y yo le repartía caricias separadas de mis manos; al final no aprendimos ni ensayamos nada y todo fue un fracaso; pero nos juntamos, nos engañamos. Es cierto que no acabamos comprendiéndonos pero la pasé muy bien en aquella tarde sin sentido. A pesar de todo lo que pasó, estoy seguro que hasta ahora trata de encontrar mi nombre en una de sus libretas o en alguna esquinilla piadosa y, por qué no, borrosa y lluviosa como la recepción de la caja de un vecino cualquiera. Fue interesante, pero sé que le haré daño. Ya empecé con su rodilla izquierda.

No hay comentarios: